A lo largo de nuestros  años como veterinarios hemos conocido muchos dueños a los que les enorgullece que a su perro “todo le siente bien”.

Hemos conocido perros que comen/comían patatas crudas, cocidas, gambas, lomo, fresas, melocotón, lubina, flanes, helados, solomillo, macarrones con tomate, pizza, hamburguesas de Mc Donald o de Burger King…Podemos decir que todos ellos, aunque excepciones hay como en todo, estaban/están “gordos” como “ceporros”. A esto lo llamamos: “cariño mal entendido”, y a sus propietarios va dedicada esta entrada.
La obesidad es uno de los trastornos nutricionales más frecuentes que se producen en los perros. La tasa de incidencia se sitúa entre el 24-34% en adultos. La razón parece clara y se relaciona con el estilo de vida sedentario que se ha convertido en una norma, más que en una excepción. Además, el aporte de alimentos muy sabrosos y energéticos contribuye a aumentar el desequilibrio energético que conduce a la obesidad.
La obesidad se define como la acumulación excesiva de grasa en las zonas de depósito de tejido adiposo. Un exceso de peso igual o superior al 20% indica, generalmente, obesidad. Estos perros obesos tienen mayor riesgo de presentar trastornos crónicos de la salud, como desarrollo de hiperinsulinemia, intolerancia a la glucosa y diabetes.
La obesidad también contribuye al desarrollo de enfermedades pulmonares y cardiovasculares. El exceso de peso fuerza el sistema circulatorio, al producir un aumento del trabajo cardíaco necesario para la perfusión de una mayor masa corporal. Este incremento del trabajo cardíaco puede producir un esfuerzo adicional en un corazón ya debilitado por la infiltración de grasa. Los efectos físicos de tener que cargar con un exceso de peso también contribuyen a la intolerancia al calor y al ejercicio, a trastornos artículares y locomotores, y al desarrollo de artritis. Los perros obesos tienen un riesgo quirúrgico y anestésico aumentados, presentando una mayor morbilidad y mortalidad después de una intervención quirúrgica.
Básicamente, la obesidad es un aumento de la cantidad corporal de grasa, originado por un incremento aislado del TAMAÑO de las células grasas (obesidad HIPERTRÓFICA) o por el aumento del NÚMERO de las células grasas (obesidad HIPERPLÁSICA). Los perros que desarrollan una obesidad de este último tipo son más difíciles de tratar y presentan un peor pronóstico a largo plazo.
En el desarrollo de la obesidad es sumamente importante lo que ocurra durante las fases o etapas iniciales del crecimiento y ocasionalmente durante la pubertad. Podemos decir que si “criamos” un cachorro “gordo”, tendremos un adulto “gordo”. Una vez se llega a la edad adulta el número de adipocitos (células grasas) normalmente no suele aumentar más. Podemos razonar entonces, que una sobrealimentación durante la edad adulta provocará un AUMENTO DEL TAMAÑO de las células grasas, pero no una modificación del número de estos. Podemos decir por tanto que la obesidad en adultos raramente se deberá a un aumento de adipocitos, sino más bien al aumento de su tamaño.
Lo que si está claro es que en cachorros y perros jóvenes un exceso de nutrición sí provoca un aumento en el número de células grasas y del contenido de grasa corporal durante la edad adulta. Un número aumentado de adipocitos produce por tanto, una mayor predisposición a la obesidad en la edad adulta y, a la vez, una mayor dificultad para mantener la pérdida de peso conseguida.

La causa subyacente

Todos los casos de obesidad son un desequilibrio entre el consumo y el gasto energético, que conduce a un exceso calórico persistente. Inicialmente el exceso de calorías se acumula en forma de grasa, produciendo un aumento de peso y cambios en la composición corporal. Además el exceso de peso en un perro puede deberse a diversos factores que actúan de manera simultánea.
Muchos casos de obesidad se producen por un exceso de alimentación, ejercicio insuficiente o ambos, pero estos hechos pueden verse influidos por alteraciones externas o internas. Por ejemplo, un perro puede consumir una dieta excesiva debido a que el alimento que se le administra es muy sabroso y con una densidad calórica alta (estímulos exógenos). Por otra parte, la causa podría tener un origen endógeno si la ingesta excesiva se debe a lesiones a nivel del centro de la saciedad localizado en el hipotálamo.
El consumo energético de un perro está supeditado a tres factores: metabolismo basal (MB), actividad muscular voluntaria y termogénesis inducida por la alimentación. Un cuarto factor sería la termogénesis adaptativa aunque no se conoce su importancia en los animales domésticos. Es importante que sepáis que un metabolismo anormalmente bajo no implica aumento de peso. De hecho el MB en la mayoría de los obesos es mayor que en los perros con peso adecuado.
La disminución de la actividad voluntaria es el factor más importante que contribuye a reducir el consumo energético en los animales de compañía con sobrepeso. En la actualidad, muchos perros se utilizan más como animales caseros y de compañía que como ayuda para el trabajo de sus propios dueños. En animales normales, con un nivel de ejercicio moderado, la actividad física representa aproximadamente, un 30% del consumo energético corporal total. El descenso de la actividad voluntaria ocasiona una reducción directa del consumo energético, afectando también a la ingesta dietética diaria del animal.

Diversas investigaciones han concluido que, habitualmente, los animales sedentarios consumen más alimento y ganan más peso que los animales con un nivel de actividad moderado. Al parecer, la inactividad por debajo de un determinado nivel no puede compensarse completamente por una adecuada disminución de la ingesta alimentaría. Así, los perros que mantienen una actividad igual o inferior a dicho nivel mínimo consumirán una alimentación superior a sus necesidades energéticas e, inevitablemente, ganarán peso.
Los trastornos endocrinos que influyen en el peso corporal son el hipotiroidismo (El Gran Imitador) y el hiperadrenocorticismo. En el caso del primero, la disminución del MB que sufren los perros afectados por esta enfermedad podría predisponer a la obesidad. Lo cierto es que esta conclusión no está nada clara. Podríamos decir que el hipotiroidismo es tan solo responsable de un pequeño porcentaje de los casos de obesidad franca en estos animales.
El Síndrome de Cushing o hiperadrenocorticismo,  sí puede producir obesidad franca en el 50% de los perros que lo padecen, aunque muchos de vosotros consideráis como obesidad la presencia de un abdomen dilatado que es típico de esta enfermedad.
Los perros castrados tienen una mayor tendencia a la obesidad que los que no se castran. Diversos estudios han demostrado que los machos y hembras castrados son más propensos a desarrollar sobrepeso.

Habitualmente los veterinarios os aconsejan castrar a vuestros compañeros antes de que alcancen la madurez sexual, es decir entre los seis meses y el año. En este periodo es cuando se produce un descenso natural de la tasa de crecimiento del animal y de sus requerimientos energéticos. Si no sois conscientes de este cambio y mantenéis la misma pauta de alimentación, se puede originar un sobrepeso. Por eso, es recomendable seguir estrictamente las tablas que todos los fabricantes de piensos colocan en sus comidas. No cuesta mucho darse cuenta de que a partir de los seis u ocho meses la cantidad en gramos de comida que recomiendan por día es menor que la que recomendaban para meses anteriores. Debido a que la castración en ambos sexos frecuentemente se realiza antes de la madurez, los cambios a nivel sexual pueden ser erróneamente atribuidos al aumento de peso que, en realidad, es el resultado de la disminución de las necesidades energéticas y de una ingesta excesiva.
Es lógico pensar que si un perro disminuye de forma natural su nivel de actividad al alcanzar la madurez, pero sigue consumiendo la misma cantidad de alimento, se producirá un aumento de peso.
Debéis saber que, por ejemplo, durante el periodo de celo muchos animales disminuyen espontáneamente la ingesta alimentaría , atribuyéndose dicho cambio a los estrógenos, una hormona sexual femenina. Del mismo modo muchas hembras que después del celo manifiestan embarazos psicológicos, dejan durante este periodo de ingerir las cantidades de alimento que consumían normalmente.

En estudios realizados se ha demostrado que las hembras castradas aumentan considerablemente su peso y consumen mayor cantidad de alimento. Los autores de estos estudios atribuyen las diferencias de peso entre las hembras castradas y las no castradas al aumento de la ingesta alimentaria y al descenso de la actividad voluntaria.
Otro dato que no debemos pasar por alto es que los requerimientos energéticos diarios para un perro de siete años de edad y tamaño medio disminuyen hasta un 20% con respecto a cuando era un adulto joven. Si con la edad la ingesta dietética no decrece proporcionalmente a los requerimientos energéticos del animal, esto conducirá a un aumento de peso.
Por otro lado, el hecho de que determinadas razas de perros presenten una incidencia desproporcionadamente alta de obesidad indica que los factores genéticos pueden jugar un papel importante en éstos. A consecuencia de ello ha surgido la hipótesis de que esta tendencia genética era importante para la supervivencia del perro en su vida salvaje, ya que se ha visto que aquellos animales que acumulan eficazmente un exceso de energía, como es la grasa, toleran mejor periodos largos de privación dietética.
Los factores externos que afectan a la ingesta alimentaría incluyen estímulos como el sabor del alimento, su composición y textura, y el horario y situación ambiental de la alimentación. De estos factores el más importante es del sabor, ya que puede llevar a una ingesta excesiva. Muchas veces, vosotros seleccionáis la comida de vuestro perro en función de su aspecto y de la aceptación, sin plantearos si está bien o mal formulado.
Al alimentar a vuestro perro con estos sabrosos alimentos “ad libitum”, lo único que estáis haciendo es fabricar un perro “gordo”.

Debemos comentar además la costumbre de añadir los sobrantes de las comidas, lo que ayuda aún más a la aparición de sobrepeso. Las comidas con un alto porcentaje de grasa son las más sabrosas, lo que hace que muchas veces vuestro perro consuma más de lo que necesita. El problema no sería tal si ese exceso de ingestión se realizara en dietas con un alto contenido de carbohidratos o de proteínas mucho más fáciles de metabolizar. Por tanto, si un animal consume una dieta determinada en cantidad superior a sus requerimientos calóricos, y este exceso de calorías es en forma de grasas, ganará más peso que si el exceso de calorías consumidas proviene de hidratos de carbono o de proteínas.

 

El diagnóstico de la obesidad

Debe incluir una exploración física, para valorar la presencia de edemas, ascitis, hipotiroidismo, hiperadrenocorticismo, o diabetes mellitus. El método más exacto para llevar a cabo el diagnóstico es el cálculo del porcentaje de grasa corporal. El uso de ultrasonidos para medir la cantidad de grasa subcutánea es un método rápido y no invasivo.

El método más práctico, es la palpación del tórax y del abdomen inferior, valorando el grosor del tejido celular subcutáneo. En los animales delgados veremos las costillas a simple vista. En un perro con un peso normal, las costillas se verán discretamente y podrán palparse con facilidad. Por el contrario en un animal con sobrepeso, la caja torácica no será visible a la exploración y, a la palpación, presentará un exceso de grasa subcutánea. Por último en el caso de que no sea posible palpar las costillas, se diagnosticará una obesidad importante.

 

El tratamiento de la obesidad

Consiste a corto plazo en reducir la reserva de grasa corporal. Lo podemos conseguir mediante la restricción de la ingesta dietética, aumentando el gasto energético o combinando ambos métodos. A largo plazo nos debemos plantear que cuando el perro ya ha recuperado su peso ideal, debe mantenerlo.
El programa de pérdida de peso debe conducir a que el perro pierda el suficiente peso como para apreciar un cambio a las pocas semanas, pero disminuyendo al máximo la sensación de hambre y la pérdida de tejido magro corporal. Lo ideal es que el perro pierda entre un 1 y un 3% del peso corporal total, según el grado de obesidad, la edad y la situación clínica del animal.
Ejemplo: Un perro cuyo peso ideal sea 25kg y pese 30kg debería perder entre 0,3 y 0,9kg por semana.
Cualquier programa de reducción de peso debería incluir tres aspectos importantes, cambio de la conducta alimentaría, ejercicio y modificaciones dietéticas. El cambio de las conductas, incluyen tanto las de vosotros, como propietarios, como las del perro.
Se trata de hacer desaparecer los hábitos negativos, como dar restos de comida, dar dietas energéticas y muy sabrosas, no dejar que el perro pida comida, y no darle con demasiada frecuencia galletas para perros. El perro debe estar lejos de la cocina mientras se prepara la comida y fuera del comedor cuando se come y utilizar más las caricias como premio que las “chucherías”. El éxito del programa dependerá de que cumpláis estas recomendaciones en un alto porcentaje.

Los fracasos resultan de vuestra escasa voluntad para llevarlos a cabo, aunque a veces opinéis que es culpa del alimento que vuestro veterinario ha recomendado.
El ejercicio es fundamental. Se ha comprobado que durante un ejercicio moderado pero importante, la ingesta calórica varía proporcionalmente con el gasto energético, mientras que la disminución de la actividad hasta un nivel sedentario produce un aumento de la ingesta alimentaría y un aumento de peso. Debe quedar claro que el aumento del ejercicio debe ser progresivo. Por ejemplo podéis empezar con veinte minutos, tres a cinco veces por semana e ir aumentando el tiempo y la intensidad a medida que vuestro perro vaya perdiendo peso y que su tolerancia al ejercicio sea mayor. Mucho cuidado con los sobreesfuerzos.
De cualquier manera la dieta es el factor más importante. Habitualmente, aportando una dieta que contenga entre un 60 y un 70% de las calorías necesarias para mantener el peso corporal actual, se consigue una pérdida de peso adecuada. En algunos casos podemos llegar a reducir el aporte energético hasta un 40% de las calorías necesarias.
Existen en el mercado numerosas dietas adecuadas para la pérdida de peso. Todas estas dietas tienen reducido el contenido de grasas. Sin embargo, presentan diferencias significativas en el contenido de fibra no digestible, hidratos de carbono hidrolizables y proteínas. Algunos productos sustituyen la grasa por hidratos de carbono digestibles, y otros contienen grandes cantidades de fibra no digestible. Lo que deberéis tener en cuenta, es que al principio vuestro perro estará más hambriento de lo normal.
Una vez que se haya conseguido dejar al perro en su peso ideal, deberán mantenerse los hábitos dietéticos y el ejercicio del animal establecido durante el tratamiento de la obesidad. La dieta utilizada hasta ese momento, será sustituida por una dieta de mantenimiento para adultos completa y equilibrada.

Los malos hábitos que llevaron a vuestro perro a ser un “gordo” no deben volver.
Por tanto y como conclusión depende de vosotros que vuestro perro adelgace y, lo más importante, de un cachorro sobrealimentado, surgirá, sin duda, un adulto “torpe” y sedentario.

Dr. José Enrique Zaldívar Laguía.
Dra. Lina Sáez de Antoni.

Clínica Veterinaria Colores.
Paseo Santa María de la Cabeza 68 A.
Madrid-28045.